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sábado, 26 de noviembre de 2011

Químicos en nuestra mesa y vida diaria


El urbanismo y modernismo del siglo XX transformaron a Colombia de ser un país rural a uno urbano, con unas cinco ciudades de más de un millón de habitantes y alrededor de 20 poblaciones con más de un cuarto de millón.  Y este cambio trae las ventajas de mayor facilidad para proveer los servicios públicos fundamentales, instituciones de educación, y centros hospitalarios y de salud.  Simultáneamente se aumenta la productividad industrial, el desarrollo laboral, las opciones en el comercio y recreación, y se acude a la globalización que nos integra con el mundo.
Son múltiples los beneficios del desarrollo moderno, que llega sin duda con sus costos: en lo social al aumentar la desigualdad, en lo ambiental al destruirse parte de nuestros campos y reservas forestales, en lo ecológico al contaminar con basuras y desechos los ríos y quebradas que nos circundan, pero sobretodo el costo humano al cambiar el ritmo de vida por una más material, agitada e insana.
Con el afán de servir a una población mayor y creciente se emplean procesos productivos de alto impacto con semillas genéticamente modificadas, productos alimenticios hechos en serie en las cadenas de comida rápida, o en la industria de aseo, cosméticos y cuidado personal con sustancias químicas como conservantes de sus productos.
Cifras de institutos oficiales en los Estados Unidos indican la presencia de más de 100.000 químicos registrados para uso comercial en ese país, 10.000 de los cuales son empleados en la comida, y 2.000 nuevos elementos químicos son introducidos cada año para su uso en alimentos, artículos de cuidado personal, medicinas y productos de aseo en el hogar.
Desconocemos cuáles son las cifras equiparables para el mercado Colombiano, pero al abrirse el país a los tratados globales de libre comercio, busquemos mejorar nuestra oferta al mercado local con productos libres de químicos y sustancias nocivas para el uso humano.

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